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Propuesta modelo Residencial basado en Valores - Dictamen 05-01/2021

La pandemia del Covid19 ha puesto en evidencia muchas cosas. Entre ellas, que el Modelo Residencial actual está absolutamente obsoleto llegando a ser, incluso, peligroso. Circunstancias como la aglomeración de personas, compartiendo espacios reducidos en grandes residencias, eclipsan la dignidad de la persona e incrementan, exponencialmente, las posibilidades de contagio.


Esta evidencia nos empuja a una revisión profunda del Modelo Residencial actual, que parece que, ahora sí, se encuentra entre las prioridades de la Administración. Sin embargo, no debiera hacerse basándose en las urgencias de la pandemia, pues, en este período, ha habido una pulsión constante y desequilibrada, aunque necesaria, entre dos valores fundamentales: seguridad y autonomía/libertad.


El riesgo de revisar ahora el modelo es inclinar la balanza hacia el valor de la seguridad, continuando, con barnices estéticos, en el ámbito de la autonomía y de la libertad. Hemos de luchar para que, por fin, nos orientemos hacia un modelo de vivienda centrado en las personas y su autodeterminación, dentro de su comunidad. Y, para ello, debemos pensar en cómo podemos adaptar nuestros servicios a las personas y a los apoyos que precisan, en lugar de que las personas tengan que adaptarse a nuestros servicios. Para ello nuestros servicios tendrían que orientarse por los siguientes valores:


1. Dignidad y el respeto: Las grandes residencias generan invisibilidad y convierten a las personas en tareas o en objetos. Hablamos de la pérdida de dignidad y una despersonalización que hace común escuchar expresiones como “hacemos duchas” o “María ya está hecha”. Las ratios tan descompensadas eclipsan a las personas y suele ser un imperativo cumplir horarios, siempre “al límite”. Necesitamos entornos que garanticen esa mirada atenta (en esa doble concepción de minuciosa y amable) que genera reconocimiento, tanto hacia las personas desde los otros, como de ellas hacía sí mismas, contribuyendo a que puedan desarrollar y mantener su identidad y a tener el control sobre sus vidas.


2. Autonomía, libertad y responsabilidad. Las personas necesitamos tener nuestro proyecto de vida, sea el que sea y dentro de nuestras circunstancias. Y tomar decisiones sobre nosotros mismos. Para ello, nos hacen falta apoyos muy personalizados, con tiempo y tranquilidad, que faciliten nuestra participación y sentir que podemos tener influencia en nuestras vidas y ser escuchadas. Cuando se nos escucha, decimos que queremos vivir en nuestro hogar y, si no es posible, en un entorno que se parezca, lo máximo posible, a nuestro hogar. Nadie considera su hogar, una macroresidencia, en la que hay que compartir espacios y tiempos con 50, 70, 100… personas más. Hay que generar canales y tiempos que potencien esa participación. Difícilmente se puede hacer en grandes residencias, con ratios muy bajas de profesionales hacia residentes. Los esfuerzos que se hacen para suplir las carencias, suponen un déficit de atención hacia otros compañeros y un sobreesfuerzo emocional y físico, para las personas que les facilitan apoyos.


3. Calidad de vida. Cumplir con los criterios e indicadores que nos orientan hacia el cumplimiento de las dimensiones de calidad de vida no es posible, con el modelo residencial actual, basado en el asistencialismo y, en todo caso, en la rehabilitación. Necesitamos, urgentemente, entornos que generen lugares de vida, en el que la persona sea el centro. Así, podremos construir nuestro proyecto de vida, directamente o de manera subrogada, a través de personas que conocen nuestra biografía y culminar una vida buena, feliz.


4. Inclusión. Todo lo anterior no es posible si no se hace dentro de nuestra comunidad, formando parte de la misma, como ciudadanía de pleno derecho.


Por todo ello, proponemos:


1. Centrarnos en las personas y los apoyos que precisan, antes que en los servicios.

Potenciar los apoyos en el hogar de manera proactiva para retrasar lo máximo posible el ingreso en una residencia.

2. Convertir las residencias en viviendas pequeñas, con pocas personas, que faciliten espacios de intimidad.

3. Estructuras arquitectónicas cálidas y acogedoras, concebidas para “vivir” en un hogar, con criterios de accesibilidad, tanto física como cognitiva.

4. Ratios más elevadas y flexibles, que se adapten a las necesidades cambiantes de las personas, a lo largo de los distintos períodos y circunstancias de su vida.

5. Favorecer que las viviendas se ubiquen dentro de la comunidad, con acceso a todas aquellas oportunidades que faciliten alcanzar sus necesidades y expectativas.

6. Maximizar el acceso y uso de las tecnologías para conectar a las personas con su entorno, en posibles situaciones de aislamiento. Por ejemplo, equipos informáticos (portátiles, móviles, tablets) que nos permitan realizar videoconferencias con nuestros familiares. Igualmente, tecnologías de apoyo a las personas (estimulación o habilidades cognitivas, domótica…)

7. Crear y mantener canales para la coordinación sociosanitaria con las Administraciones Públicas.

8. Contar con profesionales adecuadamente cualificados, dignificando, en todos los sentidos, incluido el salarial, la profesión del cuidado, tan esencial y tan aplaudido durante la pandemia en nuestra sociedad. No podemos entender la profesión del cuidado simplemente como un nicho de trabajo. Necesitamos profesionales motivados, vocacionales (que sus competencias se alineen adecuadamente con las funciones que van a desarrollar y siempre orientadas a las personas), formados, reconocidos y valorados socialmente.

9. Es necesario un tránsito seguro, desde las viejas instalaciones, hacia el nuevo modelo.

No hemos de olvidar que una sociedad se reconoce y define en cómo cuida a los miembros más vulnerables de la misma.


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